sábado, 2 de enero de 2016

Una serie de desencuentros

Cada vez que avanzo más en edad, más me convenzo que las palabras que mi madre me decía no eran un simple capricho o para fastidiarme, sino que estaban colmadas de sabiduría. Esa sabiduría que se adquiere con el pasar de los años y la acumulación de la experiencia vivida. También es verdad que las palabras de un padre o una madre se logran entender por completo, una vez que uno se convierte en uno de ellos. Es como si el código secreto de ese mensaje se quebrara y deja al descubierto la verdad y simpleza de su consejo.

Entre esas tantas frases que mi madre me dijo recuerdo una en especial "Cada cosa tiene su momento". Por supuesto, en aquel entonces no las entendí y pensé "yo tengo edad suficiente para hacer esto o decidir aquello". 

También debo decir que fui adelantado a mi edad, siempre me gustó estar con personas mayores, me gustaron las niñas desde muy pequeño y siempre quise ser el primero en todo. Eso me llevó a tener un descubrimiento del amor desde muy pequeño ¡ahhh aquel tan preciado e inocente beso entre niños! y luego simplemente exploré la curiosidad que cada niño tiene sobre los besos de los adultos. Pero desafortunadamente el ser prematuro en estas lides me llevó a tener numerosos desencuentros amorosos que no lograba entender el por qué no conseguía quien me correspondiera. Así las recuerdo a cada una de ellas:
  • 1er grado: Mi primer beso inocente, Jenifer.
  • 2do grado: Susana.
  • 3er grado: Waleska.
  • 4to grado: Loana.
  • 5to grado: Hice pausa y tuve una gran amiga... Helena.
  • 6to grado: Carol.
  • 7mo año: Mi primera novia Adriana!!!
  • 8vo año: Isabel.
  • 9no año: Mayarí.
  • 1er año del bachillerato: Nadiuska.
  • 2do año del bachillerato: Gloria.
Todas ellas fueron grandes desencuentros a excepción de mi inocente Jenifer y mi bella Adriana. Unos por que no eran el momento, otros porque simplemente no hubo la suficiente chispa para avivar las brazas de un amor infantil - juvenil en nuestros corazones. Pero sin importar que no hayan correspondido mis sentimientos, lo que si estoy seguro es que cada una de ellas le dio material suficiente a mi pequeño Hamlet interno que a menudo en sus soliloquios desmenuzaba la proza y hacía aflorar el drama para alimentar mi decadente necesidad de sentir el dolor para luego querer resurgir de mis cenizas como aquella mítica ave fénix que mantengo en uno de los calabozos de mi laberinto.


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