martes, 9 de enero de 2018

Encuentros decembrinos



Por aquellos días de Diciembre en mi primer periodo vacacional de la universidad, una arboleda y una multitud de gente me recibieron en aquel que fue mi querido recinto de estudio de educación media. Allí  fue donde se forjó parte de mi aprendizaje y tuve tantas cálidas y alegres vivencias en aquella febril adolescencia e inicio de juventud. Que divina ilusión me embargaba al volver allí y ver nuevamente tantas caras conocidas, tantas amistades que fueron testigos de mí andar por aquellos pasillos, salones y patios. En aquel maravilloso sitio donde la educación era lo primordial, pero donde nunca faltó la amistad, las bromas, los juegos, las risas y los sueños de nuestro porvenir; yo tuve el encuentro con la mirada de una gitana de piel de nácar, ojos azabaches y cabellera rojiza como jaspe, que inmediatamente embrujó mi corazón. A lo lejos ella era como una estrella refulgente en medio de un cielo de ébano de la cual no podía apartar la mirada. Sólo las risas de mis amigos al ver mi cara fueron las que me sacaron de mi estado de estupefacción y lo primero que alcancé a decir fue:

– ¿Quién es ella?
– Ella es nueva aquí – Uno de mis amigos respondió.
– Lo supongo, porque jamás la vi mientras estudié aquí – Agregué.
– ­Es que ella fue transferida este año – Me respondieron al unísono.
– ¿Alguno de ustedes la conoce? – Pregunté.
– Si, ella ve clases conmigo – Respondió otro de mis amigos.
– Ahhhh ya veo ¿será qué me la puedes presentar? – Pregunté nuevamente.
– Ummm puede ser – respondió él y luego todos se echaron a reír.

Al pasar los días yo iba en las horas de receso o de culminación de la jornada de estudio con la ilusión de encontrarla nuevamente y así fue. Nuestros pasos se cruzaron varias veces al igual que nuestras miradas y con cada ir y venir yo deliraba cada vez más con aquel caminar y aquella sinuosidad en su figura que la hacía parecer la mismísima reencarnación de Cleopatra. Mi sangre entraba en ebullición al ritmo de la percusión de mi corazón que retumbaba en mi pecho como si fuese un Djembe (1). Pero ese fuego avasallante en mi interior no era capaz de derretir el gran muro de hielo que cercaba mis labios y que creaba ese gran vacío de palabras entre ella y yo.

Por el devenir de los misterios del destino no fue mi amigo quien hizo que nos conociéramos, sino fue el encuentro con una antigua compañera de estudio quien sirvió de puente para que ella y yo intercambiáramos palabras, sonrisas pícaras y sonrojos imposibles de ocultar. Desde allí en adelante cada una de sus palabras y movimientos era como parte de un complejo encantamiento que la señorita “D” invocaba para que mi razón desapareciera y me perdiera en el enigmático laberinto de sus encantos.

Ya para el inicio de las vacaciones navideñas se organizó un baile al cual quedamos en asistir un grupo en el cual nos incluíamos ella y yo. En medio de la muchedumbre, la música y las voces de los asistentes, yo seguía sin dominar mi timidez y no me atrevía a pedirle que bailara conmigo por temor a ser rechazado; simplemente era testigo de cómo se le acercaban a invitarla a bailar y ella muy cortésmente declinaba a cada uno de los interesados respondiendo siempre de la misma manera:

– Estoy esperando por alguien.

Al escucharlo la primera vez sentí que algo se partía dentro de mí, al escucharlo ya repetidas ocasiones, pensé << Me estoy creando falsas ilusiones, porque está esperando a otro >>. Ya después de un rato, me armé de valor y pensé << No tengo nada que perder, si me dice que no, seré uno más de la lista de sus descartes, pero ¿y si dice que si….? >>. Me acerqué 5 minutos después que un amigo fuese el rechazo más reciente de la fila de pretendientes, extendí mi mano derecha y con un vacío en el estómago y un nudo en la garganta, pronuncié:

– ¿Quieres bailar conmigo?
– Por supuesto, vamos – Ella respondió.

De allí en adelante simplemente me dediqué a disfrutar del roce de su piel, el calor de su cuerpo y el fuego en su mirada al ritmo del güiro, la tambora, el bongó y la tumbadora, porque el resto del baile fue solamente para mí. Y así seguí sucumbiendo en sus encantos y hundiéndome en aquel deseo febril de probar el néctar de sus labios.

En esa etapa de mi juventud mostraba tener mucha seguridad y solvencia para diferentes cosas, pero en asuntos del amor me costaba tanto dar pasos que no estaba seguro que fueran a concluir en lo que quería y aquella linda señorita era fuego puro que muchas veces a esta cabecita de piedra le costaba descifrar. Eso me llevó a pasar demasiado tiempo cortejando a aquella princesa de mis sueños, sin terminar de darle crédito a la buena ventura que me acompañaba. Creo que eso y a los comentarios maliciosos de la gente hicieron que nos alejáramos y que lo único que quedara fuese un fugaz recuerdo de un lindo sentimiento y una postal que mostraba la vista nocturna que me acompañaba en mi apartamento en la capital, donde estudiaba.

Luego de transcurrir el tiempo volví a saber de ella y para aquel entonces sus encantos incluso habían aumentado. Parecía una sirena con cabellera negra, que hacía juego con sus ojos; ya con un cuerpo de mujer, que era capaz de encender cualquier alma enlutada. En aquella oportunidad, simplemente me detuve a observarla a lo lejos, a través del ventanal donde trabajaba. No quise acercarme, ya que mi razón me decía que cada quien había tomado su camino y no valía la pena agitar las aguas de aquel estanque calmo que había formado el tiempo y la distancia.

Pero como el destino es caprichoso, poco antes de Diciembre nos reencontramos casualmente en medio de una multitud dentro de un espectáculo. La sorpresa fue tal que no lo podía creer, pero el encuentro no duró más que un saludo, la expresión de lo grato de encontrarnos y un adiós. No obstante, ese encuentro casual permitió que nuestros caminos se volvieran a juntar luego del pasar de más de 20 años. Cada uno ya con una historia a cuestas y un camino recorrido totalmente diferente con muchas vivencias tanto dulces como amargas. Sin embargo, no fue sino hasta Diciembre que realmente comenzamos a tener una comunicación fluida. Los días pasaban y a través de los mensajes de texto, las notas de voz y fotos comenzamos a compartir nuestra cotidianidad, las cosas que nos alegraban, las que nos aquejaban o simplemente nuestras vivencias del día. Esos breves contactos eran como rememorar las miradas furtivas que nos dimos alguna vez y poco a poco iban lanzando cabos de vida a los recuerdos y sentimientos que reposaban en el pasado. Lentamente, se fue ocupando un espacio mayor en nuestras mentes, la sensación de cercanía aumentó y las ganas de volverla a ver en persona se acrecentaron.

Por fin logramos concertar un encuentro, para el cual traté de ir sin muchas expectativas. Pero fue inevitable sentir ese calor dentro de mí al ver aquella hermosura de mujer que ahora tenía una cabellera dorada, acompañada del brillo de su sonrisa, el carmesí de sus labios y aquel titilar de sus ojos que hacían que me derritiese por dentro; más aún ahora, ya que lady D había adquirido un nuevo elemento en su encantamiento… El aroma de su piel, el cual evocaba a la escencia de una princesa. Los minutos fueron pasando acompañados de una conversación entretenida, que en ocasiones nos hacía perder la noción del tiempo. De vez en cuando mi mirada se apartaba de la suya he iba recorriendo cada centímetro de su cuerpo y pensaba << Woao que figura tan sensual>> y más aún cuando iba descubriendo cada uno de los tatuajes que llevaba en su piel. Por supuesto que el deseo por ella fue en aumento dentro de mí, pero nunca se lo manifesté abiertamente.

Después del primer encuentro siempre conseguimos una excusa para vernos por lo menos una hora: La visita a un centro comercial o tienda de departamento, un helado o simplemente un café. Siempre en cada ocasión hubo risas, picardía y la confidencia de un deseo oculto que no fue acompañado de una palabra explícita.

Siento que disfruto por el momento del placer de su compañía aunque muero por encender su piel y ser consumido por ese deseo que ha estado viviendo dentro de mí por tanto tiempo. Pero, solo el tiempo nos dirá qué camino seguir y qué vivencias quedarán.


(1) Tambor africano de origen Senegalés. Es conocido también como Linga, Sabar, Kpanlogo, Kutiro y Bugarabu.