domingo, 10 de enero de 2016

Contemplando al infinito

Un brillo deslumbrante en medio de una multitud de siluetas y rostros desdibujados por el anonimato que brindaban sus diferentes orígenes. Desde un principio, sentí una calidez especial en su mirar y en la luz que emanaba su sonrisa. Desde lo lejos la contemplé como a una estrella resplandeciente en el manto de color azabache del infinito firmamento. Cada titilar de esa estrella despuntaba en mi rostro y lo llenaba de alegría. En ese tiempo, trataba de estirar mis manos para alcanzarla y por más que de puntillas me parara, solo sentía el triste vacío del aire entre mis manos. 


Lo que son las cosas de la vida, un día el silencio de la rutina fue roto por un sonido que detuvo mi corazón por un par de segundos. Sin entender mucho lo que pasaba, sentí como poco a poco una voz comenzó a acompañarme en el transcurrir de mis días y como mis huellas dejaron de estar solas en una nueva ruta de mi vida que sentía que debía explorar. En sea encrucijada, no estaba seguro si dejarme llevar libremente por mis pensamientos hasta alcanzar el origen de mis sueños y fantasías o simplemente arrodillarme en el suelo y aferrarme a la razón para no dejarme mover por la tempestad. Pero sin darme cuenta esa dulce voz me fue cautivando, hipnotizando y haciendo que mi cuerpo se relajara de tal manera que sentía que flotaba, inclusive por algunos momentos llegué a sentir que podía volar. Al principio lo hacía sin que nadie me viese, luego dejó de importarme y comencé a hacerlo con normalidad en las noches. Es increíble sentir la libertad de manipular tu cuerpo a plenitud, sentir la brisa en tu cara, poder rozar el agua con tus manos, poder girar, subir, bajar, en fin poder disfrutar de la falta de gravedad.

Pero aunque por breves instantes lograba alcanzar esos grados de libertad nunca podía alcanzar la estrella que contemplaba desde hace mucho tiempo y siempre tenía que volver a la realidad de la atadura de mis pies al suelo.

Un día el destino en una de sus extrañas jugadas permitió que la voz dejara de ser solo voz, que las huellas dejaran de ser solo huellas y pude nuevamente sentir esa calidez especial de su mirar. Ahora mi estrella había descendido y no solo me regaló su luz sino también su olor, olor que me evocó a fino cacao y delicadas rosas. En esos días mi mirada ya no estaba perdida en el firmamento, ahora estaba enfocada, maravillada, simplemente extasiada al contemplar aquella imagen tan sutil, tan encantadora, tan hermosa. Poco a poco esa ilusión comenzó a materializarse y a llenar de calor mis manos, mis brazos, mi ser; a impregnarme de su aroma y a dejar un dulzor en mis labios, un dulzor como el néctar de la miel, con ciertos matices de vino y chocolate, que me hicieron embriagar y hacerme olvidar de mi existencia por breves instantes.

Al principio nos conformábamos con el refugio de nuestras miradas, con la melodía de nuestras palabras, con el deleite del festival de sabores de alguna comida, con la libre sensación de la brisa marina en nuestros rostros, con la risa generada por un artista de la calle, con una libre y divertida danza al son de una conga y un bongó. Luego fue inevitable resistir la tentación de disfrutar del dulce néctar de nuestros labios, labios que adoré desde un principio y que me hacían delirar por su firmeza y a la vez su suavidad como si fuesen pequeños botones de seda. Poco a poco me fui perdiendo en el infinito de su mirar y en la aventura de explorar cada rincón de su piel, cada colina y cada valle, cada claro y cada oscuro. Mis manos se deslizaban suavemente sobre mi musa, sintiendo cada roce como una sinfonía de texturas y que en algunos momentos me sentía como un escultor dándole forma a su representación de afrodita, a la estrella de sus desvelos, a la encarnación del deseo y la pasión prohibida pero a la vez de la inocencia y la ternura. Mis manos parecían chocolate oscuro derritiéndose en leche tibia. El contraste de nuestras pieles al ritmo de una melodía cautivadora e hipnotizante, nos permitía alucinar por horas sin miedo a que la luz del sol despuntando en el horizonte nos sorprendiera.

Pero mi Venus de occidente no siempre podía estar conmigo. Por largos espacios me dejaba suspirando, nuevamente contemplando al infinito y deseoso de sentir nuevamente su esencia, esencia que me evocaba a los días de vainilla de los cuales tanto me habló. De vez en cuando regresaba y con cada regreso, mi amor por ella crecía. Ya no era solamente una ilusión, ya no era solamente una fantasía. Cada vez que sentía su aliento sobre mi piel, el corazón se me desbocaba como indómito corcel, sentía un calor especial dentro de mí que iba en aumento y que llegaba a tal punto que me hacía sentir como volcán a punto de hacer erupción.

Entre tantas idas y venidas, un día conseguí un camino secreto hasta lo más profundo de su ser. Al principio fue un poco confuso y hasta difícil, pero poco a poco logré ir descubriendo sus joyas. El ritmo de su corazón marcaba mi búsqueda, su respiración acelerada me indicaba la cercanía de su mayor tesoro. En medio de aquel espacio solo se podía apreciar la danza de nuestros cuerpos en dulce sincronía, dejando fluir la pasión y la increíble sensación de conocernos más allá de nuestras pieles. Finalmente una sensación tan intensa nos hizo alucinar, dejándonos nuevamente conectados en nuestras miradas, ahora con un brillo de picardía y de complicidad.

Resultado de imagen para corbata rojaEl elixir del amor lo bebimos en muchas ocasiones, después de una buena comida, de un buen vino, de una buena música o incluso después de una buena película. Lo que nos importaba era lo que sentíamos en el momento, del calor de nuestros cuerpos, de lo delicioso que era besarnos y de dejar que se iniciara el juego de lo cóncavo y convexo. Siempre buscábamos la innovación, distintos bailes, probar nuevos sabores, palpar las distintas texturas de las colinas, jardines, cascadas y hasta llegamos a hablar de puertas blancas y corbatas rojas; para así cumplir sueños, fantasías y placeres.

Esa relación simplemente tenía tantos tintes de locura y era imposible de llevar a otros niveles, simplemente por la distancia entre el cielo y el suelo, simplemente porque su dueño era el infinito y la mía era la tierra. Pero eso no importaba porque nos habíamos prometido que este vínculo especial que existía entre nosotros se basaba sólo en beneficios y no en problemas ni preocupaciones. Lo más importante era esperar el momento exacto y perfecto para vernos y dejar fluir el cauce de nuestros ríos internos para que se unieran en uno solo.

El final de todo esto nunca pensé que llegaría, pero el suelo que sustentaba mi ser simplemente comenzó a derretirse y yo poco a poco fui hundiéndome en las horrendas profundidades de mis mas terribles pesadillas, haciendo que mi mirada se perdiera del inmenso infinito donde mi estrella titilara y ahora se perdiera en el oscuro de mi interior. Aun cuando me encontraba sumergido en aquel mar de amargura y desesperación mi tierno lucero no me abandonó y sacrificó parte de su brillo para arrancarme casi inconsciente de aquel inframundo sofocante. Una vez mis pulmones limpios de tanta inmundicia, levanté nuevamente la mirada y entendí que nunca mas volvería a volar, que mis pies seguían atados a la tierra y que el espacio infinito había ocultado a la constelación que yo mas anhelaba. 

Ahora simplemente me conformo con recibir ciertos destellos a cientos de años luz que nos separan, pero mi corazón se reconforta porque cada destello que recibo me recuerda que estoy vivo y que ella se encuentra feliz.  



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